lunes, 19 de agosto de 2013

Llévame a casa I

- "Llévame a casa, por favor" - me dijo, digámosle, Nicole, en un estado bastante lamentable.
Ese tipo de fiestas siempre acaban de la misma manera, con alguna baja por exceso de alcohol. Y si a eso le sumamos el empeño de la interesada de beber para olvidar, la cosa puede terminar muchísimo peor.
Lamentándolo mucho, pues la noche acababa de ponerse interesante cuando me presentaron a una chica preciosa que trabaja para una organización internacional, tuve que ejercer de héroe de la jornada y llevarme a, digámosle, Nicole, hasta su casa. ¿Y qué pasó con sus amigos? ¿acaso no vino acompañada? ¿Por qué tenía que ser yo quien cuidara de ella si apenas nos habíamos conocido hacía un par de horas? El alcohol, y vete tú a saber qué sustancias más, habían causado estragos entre los que se decían sus amigos. Una pandilla de niñatos que intentaban aprovecharse de sus horas más bajas. Y allí me encontraba yo, el pringado, el apestado, el infeliz, sosteniendo los apenas 50 kg. de aquella insensata al borde del coma etílico, arrastrándola por la calle en la búsqueda de un taxi.
- "¿Dónde vives?" - le pregunté.
- "No sé, por ahí" - contestó
Mal empezábamos. No era capaz de articular palabra y lo peor de todo es que me había hecho responsable de llevarla sana y salva hasta su casa. Otro en mi lugar hubiera pasado, sin embargo un servidor es incapaz de abandonar a una dama en apuros y haciendo de tripas corazón, porque la chica que me habían presentado hacía un rato era muy, pero que muy interesante; me hice cargo de la situación. Como no tenía referencia de dónde se hallaba su domicilio, eché mano de su bolso y busqué su identificación. Lamentablemente, el lugar era bastante lejos. Afortunadamente, conocía la zona donde residía porque era cerca de mi casa. Tomé un taxi, le indiqué la dirección y nos dirigimos para allá.
- "Ha bebido mucho tu amiga, ¿no?" - preguntó curioso el taxista.
- "Sí, la verdad es que sí" - contesté sin mucho ánimo.
- "Vaya, vaya... eso les pasa por no saber beber" - continuó el taxista con la conversación
- "Sí, será eso" - contesté educadamente. No soporto que los taxistas me den la brasa con sus moralinas.
- "No sabes la cantidad de chicas que recojo por las noches en ese estado." - siguió el taxista hablador.
- "Supongo" - contesté secamente para ver si captaba la indirecta de que no tenía ganas de hablar, mientras, digámosle, Nicole, hacía el gesto de querer vomitar.
- "Cuidado, que no me manche la tapicería" - dijo el conductor, parando a un lado de la calle.
Salió, dio la vuelta al taxi y abrió la puerta donde se encontraba la chica.
- "Mejor dejarla que vomite" - sugirió el taxista mientras la ayudaba a salir del coche.
Estaba siendo injusto con el tipo, se estaba portando genial y yo andaba de borde. Salí del coche a ayudarle con, digámosle, Nicole, a sujetarla mientras echaba hasta la primera papilla. A todo esto, saqué tabaco y le ofrecí al taxista. Aceptó y mientras sujetábamos a la chica, continuamos con la plática. Le conté que la había conocido hacía varias horas en la fiesta. Que había llegado con un grupito y entre ellos, uno que parecía su novio. Me los presentó un amigo que tenemos en común. A ella le saludé con los preceptivos dos besos y a él, que parecía que me miraba perdonándome la vida, le estreché la mano sin mucho entusiasmo. Con ella intercambié algunas palabras. A él, la verdad es que ni le hice ni puto caso. Se me hizo el típico chulito gilipollas que se cree la última Coca-Cola del desierto. Un puto mono con zapatos. Un par de risas tontas, dos comentarios frívolos y pronto les perdí de vista. Demasiado divinos para mi gusto. La noche continuaba, caras conocidas, música muy fuerte, salidas a la terraza para echar un pitillo. Entre pitillos, un gran estruendo se hizo en el salón. La parejita divina estaba discutiendo a grito pelado. Digámosle, Nicole, recriminaba al "primate" el haberle sorprendido liándose con otra. El otro negaba lo que había sido evidente y habían visto muchos ojos. Mal asunto. Gritos, golpes, bofetadas, arañazos, brazos que separan a los que se pelean, lágrimas. El conflicto terminó con el homínido dando un portazo y abandonando la fiesta acompañado de la colaboradora necesaria del delito y con, digámosle, Nicole, llorando en una esquina.

Después de haber vomitado hasta el alma y haberle limpiado un poco la cara con un pañuelo desechable que le dejó el amable taxista, la volvimos a meter en el coche. Se la veía pálida, frágil, incluso hasta hermosa. La verdad es que era una chica muy atractiva. Ciertamente atractiva. Si no fuera porque a mi me gustan más las chicas morenas. Qué narices, la chica estaba bastante buena y daba igual que tuviera los ojos azules y fuera rubia. Tenía un cuerpazo, unas piernas largas y bien torneadas rematadas en un delicioso culito respingón. Y qué decir de su escote, una maravilla... Una nueva arcada de, digámosle, Nicole, me sacó de la ensoñación.

- "Vaya cogorza que se ha cogido la señorita" - exclamaba jocoso el taxista.

Podría haber utilizado otra expresión menos castiza, pero sí, digámosle, Nicole había pillado una borrachera de campeonato. Tras el espectáculo con el humanoide de su novio, y después del llanto incontenible se acercó a la mesa donde estaban las bebidas y comenzó a beber. Los tragos fueron cayendo uno tras otro. En su desesperación por borrar el mal recuerdo, comenzó a beber de la botella. Como por arte de magia, decenas de buitres se le acercaron para sacar provecho de la pieza malherida. No tuvieron mucho éxito, el alcohol iba a ser su pareja esa noche. Una hora después, en estado de calamidad se acercó a mí y me pidió que la llevara hasta su domicilio.

- "Así que la llevas a casa, ¿eh? - dijo el taxista - Qué cabrón, con lo buena que está. Seguro que te lo agradece..."

Otra vez me volvía a caer mal el tipo. Dudaba de mis honestas intenciones, de mi solidaridad. Dudaba de mi condición de héroe y aunque la situación podría inducir a pensar que ocurriría algo, no iba a ser yo quien lo iniciara. Creo en el fair-play, en la igualdad de oportunidades. No me parece justo sacar ventaja de una situación así, ni tan siquiera ser el objeto del polvo de la venganza, que puede ser infinitamente satisfactorio por el empeño de la vengadora. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - me decían algunas personas conocedoras de mi quijotesca ética personal. Creo que no me ha ido mal comportándome como un caballero.

Al llegar a nuestro destino y tras pedirle insistentemente al taxista que dejara de tocar las pelotas (el tipo comenzó a hacer proposiciones deshonestas), salimos del taxi e iniciamos el camino a pie hasta la casa de, digámosle Nicole quien continuaba con una tremenda borrachera. Llegamos hasta el portal. Por suerte llevaba la llave, así que entramos en su casa, la ayudé a sentarse en un sofá y entré en la cocina para prepararle un café con sal con la intención de que vomitara todo lo que llevaba dentro. No es lo más recomendable por el peligro de deshidratación, pero habida cuenta del momento y de mis ganas de salir de allí corriendo, opté por aplicarle la "medicina" tradicional. La ayudé a llegar al baño y le di el mejunje para que echara la papilla. No tardó en hacer efecto el remedio y comenzó a vomitar. (Sé que hay géneros en la literatura erótica que abundan en lo escatológico, no es esa mi intención). Tras haberlo soltado todo, digámosle, Nicole, quedó abatida y apoyada en el retrete. Con la cantidad de líquido que había perdido había que tratar de hidratarla. Fui a la cocina mientras ella seguía soltando bilis y busqué con qué asentarla el estómago. Encontré una sopa de sobre y se la preparé. Le ayudé a tomársela y parece que entró en reacción, aunque seguía bastante débil. Su vestido estaba hecho un desastre con restos de vómito y no sé qué otras cosas más. Quizás si se echaba una ducha y se cambiaba la ropa sería lo apropiado, pero en el estado en el que se encontraba, dudo mucho que hubiera sido capaz.

Quitarle el vestido no fue difícil, ¿se imaginan? Lo más difícil fue hacerla entender que aquello no tenía nada que ver con el sexo. Aún medio inconsciente interpretó que al bajarle la cremallera del vestido buscaba algo más, y dispuesta a cumplir venganza contra las afrentas del macaco del novio, se lanzó como posesa a besarme la boca. Aunque lo consiguió, preferí esquivarla y seguir con la "operación ducha". Seguía en mis trece con lo del fair-play, y así, aunque me sobó repetidamente la polla por encima del pantalón conseguí meterla en la ducha desnuda. Y créanme, uno no es de piedra y tener a semejante portento de la naturaleza desnuda y a tu merced, hace que tu naturaleza crezca exponencialmente y la mente se nuble. El agua tibia recorriendo toda su extensión, sus pechos firmes, puntiagudos, desafiantes, su pubis perfectamente delineado en una magnífica interpretación de la depilación caribeña, mis manos que hacían de esponja con el gel dibujando todas sus curvas. Les juro que a punto estuve de saltarme mis propias reglas. Maldito fair-play!!!

Ya duchada, la sequé con una toalla y la llevé hasta donde me dijo que era su cuarto. Debajo de la almohada encontré su pijama y la ayudé a ponérselo. Estaba medio dormida, lo cual era mejor que el estado en el que se encontraba apenas una hora antes. Levanté la colcha y las sábanas y la metí en la cama. Me quedé observándola un momento hasta que se quedó dormida. Era el momento de marcharse y cuando salía por la puerta, con la voz aún ronca y entre sollozos me dijo: "No me dejes sola, por favor". La otra parte del fair-play, la de la caballerosidad, salió a relucir. En lugar de irme a casa como había planeado, me quedé allí, sentado en un sofá, velando el sueño de, digámosle, Nicole, por si me necesitaba. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - repicaba en mi cerebro...

3 comentarios:

  1. Maldito fair-play!! jajajaja

    Sobre comerse roscas, menos se comen los que buitrean a llorosas dolorosas empapadas en alcohol, eso además de lamentable para el que asiste como espectador es un epic fail asegurado.

    En fin que está usted hecho todo un caballero, en algo tendría que sustentarse el apelativo de "sultán".

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    1. En más de una ocasión le he hecho el trabajo sucio a alguno de esos buitres. Llámalo bisoñez, estar empanado o como quieras. Las aves carroñeras siempre están al acecho.

      Gracias por tu comentario

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  2. que buena istoria como ví qu salio la segunda parte preferí leer esta la primera y que caballero en algo nos parecemos aunque hoy por hoy en tal caso no se si mi "fair play" lo pueda controlar a tal extremo...aunque como decimos por acá "borracha no vale"...ahora a leer la segunda parte....

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